Pero cuando aparece un malvado que vale la pena, un buen villano como mandan los cánones, alguien perverso a la par que original, sibilino y retorcido... oh... entonces una buena película se convierte en una obra maestra.
Y últimamente estamos muy necesitados de buenos malvados (en el cine). Personajes que tomen la escena y la llenen con su presencia. Que estén a la altura del protagonista o incluso que lo superen.
Papeles como Hopkins y su Lecter, Kevin Spacey en Seven, Bardem en No es país para viejos... cuando esa deliciosa y refinada clase de maldad invade la pantalla, no puedo evitarlo, disfruto como un enano.
Pero no aparecen a menudo... son raras perlas que surgen en los lugares menos insospechados. Lo normal es que el villano de turno sea estúpido, poco creíble o directamente un asesino psicópata sin la menor poesía dentro.
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